L
a investigación del asesinato del líder opositor Boris Nemtsov –tiroteado hace dos semanas, a unos pasos de la Plaza Roja– adquirió un ritmo vertiginoso sólo después de que el presidente Vladimir Putin dio luz verde para encontrar a los culpables y, de ese modo, disipar las sombras de sospecha que, a raíz de las constantes denuncias de corrupción formuladas por el político, recaían sobre el Kremlin, entre otras posibilidades no mencionadas por los voceros oficiales.
Ante la plana mayor del Ministerio del Interior, Putin enfatizó: Ya es hora, de una vez por todas, de librar a Rusia de la vergüenza y de tragedias como la que presenciamos estos días; me refiero al desafiante asesinato de Boris Nemtsov en pleno centro de Moscú
.
Poco después, el propio director del Servicio Federal de Seguridad (FSB, organismo sucesor del KGB soviético), Aleksandr Bortnikov, anunció la detención de los dos primeros presuntos implicados, entre ellos el aparente sicario Zaur Dadayev.
Al comienzo Dadayev, oficial de la guardia personal del presidente de Chechenia, Ramzan Kadyrov, trató de asumir toda la responsabilidad y, en la sala de la corte que ordenó su ingreso a prisión preventiva, dio a entender que decidió por sí mismo matar a Nemtsov por ofender sus creencias religiosas.
Después, cuando aparecieron imágenes de grabaciones que echan por tierra esa versión al ser anteriores a la fecha de la masacre en el semanario francés Charlie Hebdo y cuando Kadyrov intercedió por él al llamarlo auténtico patriota de Rusia
, Dadayev se desdijo y afirmó que confesó bajo tortura.
Sin embargo, el relato de Dadayev está lleno de contradicciones que ponen en duda la tardía denuncia. Resulta por lo menos extraño que el día que una jueza lo mandó a la cárcel prefirió, frente a la prensa, guardar silencio sobre las supuestas torturas y se limitó a decir que ama al profeta Mahoma.
Se da por hecho que los cinco detenidos, y el sexto sospechoso que se quitó la vida con una granada, participaron en la comisión del crimen, pero mientras no se demuestre el móvil del asesinato quedarán serias dudas acerca de dónde salió la orden de matar al político.
Las filtraciones, atribuidas al FSB, cuya dirección considera una afrenta la impunidad que ha tenido la guardia personal del gobernante checheno, siempre por encima de toda sospecha, en los asesinatos de sus enemigos personales en Moscú que quedaron irresueltos, apuntan al entorno más cercano de Kadyrov.
Seguir indagando en ello, y sobre todo consignar ante un juez a nuevos imputados, pondría en entredicho el pacto entre el Kremlin y Kadyrov, según el cual Chechenia manifiesta lealtad a Rusia a cambio de obtener amplia autonomía y abundantes subsidios.
Así las cosas, de Putin –y nadie más– depende el siguiente paso: dar la orden de llegar hasta el último eslabón de la cadena criminal o, en sentido contrario, frenar la investigación y esgrimir cualquier explicación que apunte hacia otro lado, aunque resulte poco convincente.
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