T
ras 12 días feriados –regalo invernal del gobierno a la población para celebrar la llegada del Año Nuevo y la Navidad ortodoxa–, los rusos retornaron a la inclemente realidad.
De entrada tienen que asumir que sus gastos –alimentos, servicios, bienes, impuestos– aumentan, mientras sus ingresos se reducen casi a la mitad por la depreciación del rublo frente al dólar y el euro, que sirven de monedas de referencia para fijar los precios en Rusia.
La mayoría, por tanto, se enfrenta a una situación inédita, desconocida durante los años de bonanza, sustentada sólo en los desmesurados precios internacionales de los hidrocarburos.
Ahora todos, de repente, tienen una nueva prioridad: encontrar la forma de sobrevivir la severa crisis económica que sustituye la estabilidad basada en el espejismo de los petrodólares, el cual se convierte, en palabras del presidente Vladimir Putin, en el pago por no saber diversificar la economía
.
En otras palabras, la actual crisis se debe a que las ganancias por exportar hidrocarburos y otras materias primas se acumulan en cuentas bancarias foráneas o se gastaron en adquirir residencias de lujo en otros países, yates, aviones particulares, etcétera, en lugar de invertir en educación, salud pública y otros componentes del bienestar común.
Nadie puede prever, hoy por hoy, la magnitud de la recesión en que se adentra la economía de este país. Estimaciones extraoficiales hablan de cerca de 5 por ciento del producto interno bruto (PIB), en el supuesto de que los precios del petróleo Brent, referente en los mercados europeos, se sitúen este año en 60 dólares por barril, pero ya ahora no pasan de 48 dólares.
En este contexto adverso, lejos de estimularse las inversiones, se incrementa la fuga de capitales, al tiempo que las sanciones contra Rusia cierran las puertas a los mercados financieros de Estados Unidos, Europa y Japón. La respuesta rusa, con el embargo alimentario
, también agrava la situación al causar inflación, escasez de comestibles y caída de los ingresos de la población.
Rusia irá paliando la crisis con sus reservas, que –al 26 de diciembre de 2014– ascendían a 388 mil 500 millones de dólares, suficientes para aguantar más o menos un año en cuanto a satisfacer las necesidades de los principales bancos y consorcios rusos, en condiciones ciertamente cada vez más difíciles.
Entretanto, de acuerdo con cálculos conservadores, en el corto plazo perderán el trabajo cerca de un millón de personas, ubicando el desempleo en torno a 7 por ciento, y muchas empresas rusas, sobre todo las que se dedican a la importación, construcción y comercio, se pondrán al borde de la quiebra.
Pero lo peor para Rusia, en el fondo más grave, es que el gobierno carece de un plan de medidas para superar la crisis, aparte de seguir gastando las reservas mientras confía en que la revancha, de modo ineluctable y a más tardar en dos años (Putin dixit), vendrá cuando los precios de los hidrocarburos vuelvan a ser tan elevados como antes.
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