La aspirante presidencial Marina Silva, del Partido Socialista Brasileño, ayer en el Museo de Arte de Río de Janeiro en un acto de campañaFoto Reuters
El socialdemócrata Aécio Neves, saluda a niños de primaria antes de una rueda de prensaFoto Reuters
Eric Nepomuceno
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Viernes 12 de septiembre de 2014, p. 35
Río de Janeiro, 11 de septiembre.
Las elecciones generales del 5 de octubre son, hoy por hoy, las más disputadas desde 1989, cuando se retomó el derecho a votar. Y también las más sorprendentes, las que mandan al espacio la polaridad entre el PT de Lula da Silva y el PSDB de Fernando Henrique Cardoso y, para cerrar la lista, son las elecciones que podrán cambiar de manera radical todo el escenario político brasileño.
Si hace poco más de un mes alguien hubiera dicho eso, seguramente sería conducido, con la debida delicadeza, al manicomio más cercano. Gracias a una tragedia –la muerte en un accidente aéreo de Eduardo Campos, del PSB, uno de los postulantes–, todo cambió de la noche a la mañana.
La nueva candidata del partido, Marina Silva, con un discurso plagado de contradicciones y con vacíos de mucha sonoridad y ningún contenido, con su aire mesiánico y su formidable capacidad de prometer redimirnos de todos los males, surgió como un huracán. De salida atropelló al amorfo candidato del PSDB, Aécio Neves, se le coló a Dilma Rousseff en la intención del voto para la primera vuelta, y, para terminar de asustar a los simpatizantes de Rousseff y llenar de ánimo una desanimada oposición, llegó a librar una gran ventaja sobre la actual mandataria en la ahora inevitable segunda vuelta.
Pasado el primer momento, en que se mostraron atónitos y sin rumbo ni brújula, los estrategas de la candidatura de Rousseff decidieron reaccionar y adoptaron el peligroso camino de los ataques destinados a desconstruir (el término en portugués es intraducible pero comprensible) la imagen de Marina Silva. Y, al menos en un primer momento, lograron su objetivo, pues dejó de crecer en los sondeos y –lo más importante– Rousseff logró borrar la ventaja de su rival en la segunda vuelta. Si antes esa diferencia oscilaba entre ocho y diez puntos, en los sondeos de esta semana se redujo a un empate.
Faltan tres semanas para que las urnas confirmen lo esperado: una segunda vuelta durísima entre Rousseff y Silva.
Las fragilidades de Marina Silva son reforzadas por sus contradicciones. Si la capacidad de ataque de la presidenta se da mediante un discurso duro y contundente, la defensa de la evangélica se reduce, al menos hasta esta semana, a acusar a su adversaria de proferir inverdades (ella evita la palabra mentiras), sin aclarar cuál es la verdad. De todas formas, el electorado de derecha y centroderecha sigue muy alineado con Silva. Será ella, sin ninguna duda, la heredera de los votos conservadores y neoliberales de Aécio Neves.
Según los sondeos, Sao Paulo se ve muy difícil para Dilma Rousseff, pues la diferencia con Marina Silva en el estado más poblado de Brasil es de 14 puntosFoto Reuters
Rousseff enfrenta su principal obstáculo en Sao Paulo, que abriga casi 25 por ciento del electorado. En el más poblado y rico estado brasileño, la diferencia de Silva sobre la actual mandataria es de 14 puntos abrumadores. Eso significa algo alrededor de siete millones de votos. También en Río de Janeiro Silva lleva la delantera, aunque por una diferencia bastante inferior. Y si en Sao Paulo será casi imposible que Dilma logre revertir el cuadro, en Río sus posibilidades parecen más concretas.
Hay otro aspecto que merece la atención de los analistas: la formación del nuevo Congreso. La base aliada de Marina Silva es pequeña y frágil. Y aun dentro del mismo PSB que la abriga hay una fuerte y nítida división interna entre los que se dicen socialistas auténticos
y los seguidores de la líder evangélica y ambientalista radical.
Brasil no se gobierna sin alianzas, por más esdrújulas e inexplicables que sean (como la que le dio sostén a Rousseff, por ejemplo). La misma actual presidenta, en caso de victoria, tendrá que recomponer su base parlamentaria, muy dividida entre intereses sectoriales y regionales.
Las perspectivas para la economía en 2015 son bastante sombrías. Rousseff ya anunció que gobierno nuevo, equipo nuevo
, e indicó que promoverá cambios principalmente en el Ministerio de Hacienda. Silva, a su vez, ostenta el apoyo de economistas de corte nítidamente neoliberal, lo que se contrapone, de frente, a las promesas de mantener buena parte de los programas sociales creados en la primera presidencia de Lula da Silva y fortalecidos por Rousseff. La candidata evangélica no explica cómo pretende mezclar agua y aceite, siquiera en sus recurrentes citaciones bíblicas.
Son días de tensos movimientos e intensas expectativas. La próxima semana, de la mano de Lula, Dilma Rousseff intensificará su campaña por todo el país, empezando el lunes por Río de Janeiro. Ese mismo día Marina Silva aporta en la ciudad, con su bolsa llena de promesas contradictorias y discursos redentores.
Mientras, Aécio Neves insistirá en atacar a sus dos adversarias. Rousseff sabrá agradecerle. Sus ataques a la actual presidenta caen en el vacío: agrada a sus cada vez más menguados seguidores, y no convence a nadie más. Pero sus ataques a Marina Silva ayudan al arsenal del PT y su intención de deshacer la imagen de la figura mesiánica que se mantiene fuerte en la disputa.
Son días raros. Y serán cada vez más raros. Al fin y al cabo, faltan solamente dos semanas, o todavía faltan dos semanas, para las elecciones.
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