A
nte la magnitud de la tragedia –298 víctimas mortales, entre pasajeros y miembros de la tripulación del avión comercial que salió de Amsterdam con destino a Kuala Lumpur, derribado el jueves anterior cuando sobrevolaba el espacio aéreo de Ucrania–, urge realizar una investigación internacional para establecer con exactitud quién lanzó el misil tierra-aire que provocó que la aeronave se estrellara cerca de la ciudad de Donietsk.
No puede quedar impune un atentado que, con un solo impacto, causó casi siete veces más muertos que los 44 milicianos y civiles que reconoció esta semana el consejo urbano de Lugansk desde que empezó la ofensiva militar, o poco menos de una tercera parte del total de perecidos en el este de Ucrania, cerca de 750, incluyendo las bajas en Donietsk y los militares ucranios.
Las partes implicadas en el conflicto armado se deslindan e inculpan al adversario, sin más pruebas que su recíproca animadversión y sin otra intención que llevar agua al molino de sus intereses. Circulan mil y una versiones interesadas, a cual más extravagante, sin faltar elucubraciones francamente absurdas.
Hasta ahora la única certeza es que perdieron la vida casi 300 personas, originarias de una decena de países, ajenas todas a la guerra fratricida que se libra 10 kilómetros por debajo de donde iba su avión cuando lo desbarató el impacto de un misil Buk de fabricación soviética.
Estos sistemas –con capacidad de batir un blanco a 25 kilómetros de distancia vertical, techo de vuelo que muy pocos aviones militares pueden sobrepasar– forman parte del armamento regular del ejército ucranio, pero los separatistas también tienen al menos un sistema de igual tipo, si bien difiere su origen (unos dicen que es parte de un suministro clandestino de armas desde Rusia; otros, aseguran que se lo quitaron al ejército de Ucrania).
No será fácil –acaso resulte imposible– determinar quién y para qué lanzó el misil, aunque cada vez hay menos dudas de que el proyectil salió de suelo ucranio, en la zona de combates en Donietsk.
Haya sido por error o de manera intencional por algún siniestro objetivo que escapa a la razón, quien cometió este abominable crimen merece el repudio universal.
Por ello, al margen de lo que pudieran aportar u ocultar a la investigación el gobierno de Petro Poroshenko y las milicias separatistas, si Estados Unidos y Rusia están dispuestos a llegar hasta el final para esclarecer los hechos y uno de ellos no encubre la verdad que pondría en evidencia a su protegido, el lamentable derribo del avión comercial puede cambiar el curso del conflicto armado en Ucrania.
Está en juego un más amplio respaldo internacional al uso de la fuerza contra los independentistas o, por el contrario, una mayor presión para contener al ejército ucranio y obligarlo a negociar con ellos.
Pero en caso de que Washington y Moscú decidan entorpecer la investigación y opten por defender versiones antagónicas, lejos de propiciar un arreglo político, sólo van a prolongar aún más el conflicto interno de Ucrania.
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