A
l hacer un rápido recuento de los avances y retrocesos en Rusia en el año recién terminado, salta a la vista que 2013 quedará en el recuerdo por el reposicionamiento del país en el ámbito internacional como potencia emergente con pretensiones de liderazgo, más allá del argumento adicional que, por inercia, le proporciona su arsenal nuclear.
Tras un largo periodo de repliegue en el mundo –con muchos aspavientos y pocos resultados–, el conflicto de Siria devolvió protagonismo a Rusia al patrocinar una iniciativa que, sin resolver la guerra civil en el país árabe y sin facilitar el camino a un arreglo político, evitó el ataque militar que promovía el gobierno de Estados Unidos.
La diplomacia rusa encontró terreno abonado con una administración de Barack Obama temerosa de quedar en evidencia por las reticencias del Congreso de Estados Unidos, y muchas voces coincidentes en los países que creen que nadie puede arrogarse el derecho de usar la fuerza contra un Estado soberano sin aprobación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Todos –menos la oposición en Siria, en especial los islamitas radicales– se tomaron un respiro y Rusia, de repente, poco después del fracaso de la cumbre del G-20 en San Petersburgo, apareció como mediador eficaz en un conflicto internacional, papel que trató de refrendar luego en Irán y Medio Oriente sin la misma suerte.
Y antes de cerrar el año, al precio de comprometer recursos del fondo de reserva para el pago de las pensiones de los rusos, el Kremlin convenció al gobierno de Ucrania de suspender la firma de un acuerdo de asociación con la Unión Europea, lo que provocó multitudinarias manifestaciones de protesta en Kiev, las cuales ponen al país al borde de romperse en dos.
Para lograrlo, Rusia salvó de la bancarrota a Ucrania al reducir el precio del gas natural que le suministra y anunciar su disposición a adquirir bonos de deuda ucranianos por 15 mil millones de dólares, misma suma que el Fondo Monetario Internacional ofreció a cambio de condiciones inaceptables.
Sin embargo, la repentina generosidad del Kremlin no garantiza la sumisión de Ucrania, ni siquiera que vaya a incorporarse a la Unión Aduanera que promueve en el espacio postsoviético, a la cual ha podido sumar a Bielorrusia y a Kazajstán, y que tiene como aspirantes a ingresar a Tayikistán, Kirguistán y Armenia.
Pero cada vez se alejan más del proyecto integracionista de Moscú antiguas repúblicas soviéticas como Azerbaiyán, Georgia, Moldavia, Uzbekistán y Turkmenistán.
Entre las asignaturas pendientes en política exterior, detrás de los sonados éxitos y los acallados fracasos, para Rusia figura en primer término resolver las amenazas a su seguridad nacional. Por poner un ejemplo, el escudo antimisiles de Estados Unidos en Europa, sin caer en una nueva y desgastante carrera armamentista.
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