Robert Fisk: Nueva víctima de la guerra fría islámica

Written By Unknown on Senin, 30 Desember 2013 | 14.57

F

ue un ataque contra los sauditas. Mohamad Chatah representaba el rostro más razonable del partido musulmán sunita 14 de Marzo, apoyado por los sauditas. Los moderados son, por lo regular, los primeros blancos de los asesinos libaneses.

El bombazo en que perecieron otros cinco, entre ellos los guardaespaldas del ex ministro de Finanzas, fue ejecutado con la acostumbrada planeación meticulosa. En el mero centro de Beirut, en la nueva ciudad construida por el padre de Saad Hariri, Rafiq, y a menos de dos kilómetros de donde éste fue asesinado hace casi nueve años.

El crimen fue condenado por todos los sospechosos usuales: los sirios, Hezbolá, la embajada rusa y prácticamente toda otra persona que pudiera haber deseado asestar un golpe al partido político de la comunidad sunita libanesa.

El mes pasado, un hombre del Hezbolá chiíta fue asesinado afuera de su casa. Antes de eso la embajada iraní fue atacada con bomba y hubo 25 víctimas mortales. Antes fueron los suburbios chiítas del sur, y antes dos mezquitas en Trípoli (la ciudad natal de Chatah): total de muertos, 45. Se le conoce como esto por aquello.

Chatah fue consejero financiero de Hariri padre e hijo, y sin duda sabía que él, como tantos hombres buenos en Líbano, era posible blanco de un atentado.

Hace varios años lo conocí en un restaurante de Beirut occidental, en el mismo distrito Ein Mreisse donde encontraría la muerte. En ese entonces trataba de decidir si debía cambiar su cargo en el Fondo Monetario Internacional, en Estados Unidos, por el mundo iracundo, peligroso y adictivo de la política libanesa.

Chatah era un hombre eminentemente moderado que creía en el diálogo en vez de la fuerza militar, incluso en lo referente a desarmar a Hezbolá. Era, como me dijo su amigo Marwan Iskander este sábado, un hombre íntegro. Y la integridad es una rara cualidad en Líbano.

Como la mayoría de los mejores libaneses, había estudiado en la Universidad Americana de Beirut, pero obtuvo su doctorado en Estados Unidos, donde más tarde sería embajador libanés. El movimiento 14 de Marzo culpó a Hezbolá y los iraníes de la muerte del político y diplomático. Najib Mikati, primer ministro interino de un gobierno que no existe, afirmó que Líbano es ahora rehén de terroristas.

Extrañamente, hoy día los árabes –desde el general Sisi en Egipto hasta los señores Assad y Maliki en Siria e Irak– usan la palabra terrorista con más frecuencia que los mentores occidentales que les enseñaron a usar esa expresión meretriz, genérica y espantosa.

Pero es difícil negar que la violencia siempre ha tenido prisioneros a los libaneses. De hecho, los asesinos en este minúsculo Estado procuran eliminar a todos los que podrían curar el cáncer del país con métodos pacíficos, con lo cual dejan el campo abierto a los dementes de cada partido.

Rodeado de bancos, boutiques, iglesias y mezquitas antiguas y de las oficinas del propio primer ministro, restauradas por Hariri padre después de la guerra civil de 1975-90, Chath era un objetivo prestigioso en una parte prestigiosa de la nueva Beirut. El humo de la explosión se elevó por la fachada del viejo Gran Serail turco en el que el gabinete interino –el primer ministro designado lleva ocho meses sin poder formar gobierno– celebra sus reuniones regulares. En Líbano, la democracia con frecuencia viene envuelta en humo y fuego.

Chatah era opositor al gobierno del presidente Bashar Assad en Siria y al papel armado de Hezbolá en Líbano. Una hora escasa antes de su muerte, había escrito en Twitter una advertencia de que Hezbolá presionaba duro para que se le concedieran los mismos poderes de seguridad y política exterior que alguna vez tuvo Siria. Varias veces escribió que una Siria unida y pacífica gobernada por Assad sencillamente no es posible.

Sin embargo, sería ingenuo creer que esas opiniones –expresadas con libertad por muchos en la oposición libanesa, algunos más prominentes que Chatah– provocaron su muerte. En realidad, él era sólo un rostro más en la guerra fría sunita-chiíta que ha permeado la sociedad musulmana en los pasados 30 años, y que creció en ferocidad a raíz de la desaparición de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

Es fácil olvidar que antes de la revolución iraní –que puso en perspectiva el poder del Islam chiíta– Arabia Saudita era virtualmente el único foco de atención musulmana. Las ciudades sagradas de La Meca y Medina gobernaban el mundo islámico; pero una vez que los clérigos iraníes de Teherán y Qom reivindicaron la más reciente revolución islámica, en 1979, Arabia Saudita fue desafiada. Por tanto, en Irak y Siria, así como entre Arabia Saudita y el propio Irán, el conflicto sunita-chiíta –durante largo tiempo congelado por la guerra fría entre Oriente y Occidente y rara vez mencionado en Medio Oriente por temor a las repercusiones– se ha calentado hasta alcanzar las dimensiones de una guerra verdadera y terrible.

En la medida en que la batalla sectaria en Siria ha infectado a Líbano, el pobre Chatah fue víctima de ese mismo conflicto, señalado clara y fatalmente en la lucha entre sauditas e iraníes que se ha hecho manifiesta en uno de los países más pequeños de la región.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya


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