L
a relación con las repúblicas que formaron parte de la Unión Soviética –salvo Letonia, Lituania y Estonia, ya miembros de la Unión Europea– tiene para Rusia una marcada importancia, sobre todo a partir de mediados de los años 90, cuando empezaron a perfilarse las tendencias centrífugas en los ahora países vecinos.
El espacio postsoviético, desde entonces, siempre ha sido prioridad en las concepciones de política exterior de Rusia, documentos programáticos que fijan las metas de la diplomacia rusa en función del cambiante contexto internacional.
En la más reciente –aprobada en febrero anterior– no podía ser excepción, pero se repite el error de proclamar como zona libre de conflictos con Rusia dicho espacio, que aquí también se denomina el exterior cercano
.
Conflictos los hay, y muy serios. Un rápido repaso de la situación en las 12 repúblicas de la antigua Unión Soviética, sin las bálticas, arroja el siguiente panorama:
En el flanco eslavo, Bielorrusia es un aliado formal que depende del mercado ruso, pero se niega a ser un simple apéndice, lo cual genera enfrentamientos cíclicos entre Minsk y Moscú. Ucrania, cuyo destino es poner un pie al este y otro al oeste de su ubicación geográfica, quiere obtener concesiones de Rusia, como precios subsidiados de gas natural, al tiempo que promueve su hipotético ingreso a la Unión Europea y no deja de coquetear con la OTAN.
Rusia recibe de Moldovia mucho menos de lo que le da en términos de ayuda financiera y militar, por el diferendo separatista del Transdniéster, no obstante insuficiente para contener la aspiración de parte considerable de su población de integrarse con Rumania.
Los países de Asia central –suministradores de mano de obra barata a Rusia, tienen todos regímenes autocráticos con élites en la opulencia y población en la miseria, unos poseen el petróleo y el gas y otros el agua, tan valiosa allá como los hidrocarburos–, aspiran a sacar el máximo provecho de sus nexos con Moscú, Washington y Pekín, interesados en reforzar su presencia en la región, ya saturada de bases militares foráneas.
En el Cáucaso, Azerbaiyán, con grandes reservas de petróleo y gas, está cada vez más cerca de la OTAN y más lejos de Rusia, que respalda a su eterno rival, Armenia, desde que la disputa territorial de Alto Karabaj derivó en baño de sangre. Georgia, que dejará de tener un presidente enemigo jurado del Kremlin, parece apostar a una cierta equidistancia de Moscú y Washington, sin renunciar a la política de acercamiento con la OTAN.
Por todo esto, muy resumido, es capital que la diplomacia rusa encuentre la fórmula para que la prioridad invariable que otorga a su relación con los países de la antigua Unión Soviética sea algo más que un compendio de buenas intenciones.
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